jueves, 7 de diciembre de 2006



Hace algunos días, he visto a Dobri caminando como un roble, en el centro de Osorno. A propósito de esto, quise subir esta entrevista que hice el año pasado, que me trae excelentes recuerdos de un personaje entretenidísimo de Osorno y todo un "récord guiness" de nuestra ciudad.
El Aviador
El trago de aguardiente parece quemarme la garganta, pero vale la pena tomarlo, si tengo el honor de estar haciendo “salud” con Dobri Dobrew Pentschewa, quien a sus 91 años representa un verdadero símbolo de cómo vivir bien la vejez, sin que ésta sea sinónimo de ocaso, postración o abandono.
Dobrew es actualmente el piloto activo más longevo de Sudamérica y –como va– parece dispuesto a romper marcas del Guiness.Acaba de renovar por un año su licencia para seguir surcando los cielos del sur y se le ve tan vital y entusiasta, que está lejos de responder al concepto de anciano. Supe de él a través de las páginas de El Diario Austral de Osorno, cuando fue premiado en Puerto Montt con la Cruz al Mérito Aeronáutico, por su aporte a la actividad aérea en Chile. Allí se hablaba de su origen belga, de sus 70 años como piloto y de sus méritos en sus más de cinco décadas en nuestro país.
Pero había una historia de fondo, llena de sabrosos episodios, que conocí una fría tarde de comienzos de junio, cuando me recibió en su vivienda del cerro Pilauco, en las alturas de Osorno.Exactamente a las 15.30 horas de aquel martes me invita a iniciar el diálogo en su despacho, donde atesora varias piezas dignas de un museo. Por aquí, un antiguo globo terráqueo, allá varias aviones a escala, sobre la mesa un antiguo álbum de fotografías, y en la pared, una gran fotografía de un sonriente joven veinteañero, posando junto a un planeador.
Lentamente, comienzo a descubrir a un hombre que mantiene sus recuerdos intactos y que es capaz de narrar desde el principio su vida como aviador.
LA GUERRA Y LA PAZ
Así, me entero de su ingreso a la Fuerza Aérea búlgara, en 1933, luego de una rigurosa selección que incluyó a más de 800 postulantes y que terminó con sólo 12 de ellos poniéndose el traje de aviador. “En esos años ser piloto era como seguir hoy la carrera de astronauta”, cuenta con orgullo. Luego, toma entre sus manos el álbum, lo abre y pide que me acerque. “Ese era yo a los 20 años…ahora soy un viejo de mierda”, dice, entre risas, mientras apunta una fotografía donde se le ve con el casco y gafas que caracterizan a los pilotos de la primera mitad del Siglo XX.
El humor es otra de las cosas que Dobrew mantiene intactas. Tanto, que entre los libros que están sobre su escritorio se encuentra una recopilación de chistes de “Checho” Hirane. A medida que avanzan las páginas del álbum, también se suceden los recuerdos: “El 5 de mayo de 1934 volé por primera vez solo”, dice. A ello siguió su especialización en la Escuela de Aviación de Kazalünk, donde comenzó la instrucción en biplanos y posteriormente el paso a la Escuela de Vuelo sin Motor de Rhon, en Alemania.La Segunda Guerra Mundial encontró a Dobri en tierras germanas. Las circunstancias históricas hicieron que la posición búlgara en la guerra fuera poco clara. Bajo el reinado de Boris I, éste trató de mantenerse neutral y, sin embargo, los alemanes le entregaron varios aviones que habían obtenido en Francia y Checoeslovaquia.
Dobri Dobrew fue uno de los encargados de trasladar esas aeronaves a Bulgaria, en medio de las acciones bélicas que asolaban Europa y bajo muy malas condiciones climáticas. Eso hasta 1943, cuando fue enviado a Alemania –todavía en guerra– para estudiar ingeniería.
En Braunschweig, cursó la educación superior en insólitas circunstancias. A veces, cuenta, tenían que remover los escombros de los edificios para continuar con las clases.Al terminar el conflicto bélico, el escenario político era muy distinto. La muerte del rey Boris I había desencadenado la adhesión de los búlgaros a las fuerzas de Hitler al final de la guerra, lo cual a la postre le valió la invasión por parte de los soviéticos.
Por eso, todos los que estuvieron del lado alemán fueron tratados como traidores en su patria y muchos de ellos ejecutados por el nuevo régimen imperante. En esas condiciones, resultaba imposible el regreso a su nación, por lo que pertenecía virtualmente aislado en Alemania. La única comunicación posible, era a través de cartas que transportaba la Cruz Roja. En éstas, su padre –un ingeniero de ferrocarriles– lo instaba a mantenerse estudiando afuera o buscar su destino en otros países. Pronto se enteraría de la dura realidad.
De esta época de su vida, Dobrew prefiere no entrar en detalles. Definitivamente, no le gusta hablar de la guerra y sus consecuencias. “Es que aunque hay bonitos recuerdos, también hay muchos malos”, explica, ante nuestra insistencia por conocer detalles de su experiencia.
Es momento de una pausa en el relato. Lo noto porque tras una sonrisa, el aviador se pone de pie, avanza hacia un estante y desde ahí extrae una botella de aguardiente. Su decisión para abrir la botella y servir dos vasos, debe ser la misma con la que se pone en el mando de un aeroplano. Por eso, me resulta imposible decir que no a su ofrecimiento y hago salud, “al seco” aunque el sorbo parece quemar la garganta.-“Fuerte, fuerte”, le digo. El, sólo sonríe.
CHILENO DE CORAZON
Pero volvamos a su historia. Los duros momentos que vivía Europa no lo hicieron dudar mucho cuando en 1949 recibió la propuesta de trasladarse a Chile –del cual sólo sabía que producía cobre y que su territorio era una larga faja de tierra con una extensa cordillera–, por lo que emprendió una larga travesía en barco desde Alemania a Valparaíso.Ya en nuestro país, pasó rápidamente de Santiago a Osorno, donde llegó a ocupar el cargo de instructor de vuelo del Club Aéreo local y repartió su tiempo entre esas labores y la actividad comercial, pues ha sido un activo empresario y representante en la zona de varias compañías europeas. La llegada a Osorno vino de la mano del amor ya que en su primer día en la ciudad –durante una recepción en su honor- conoció a quien luego se transformaría en su esposa, Marta Hott (también piloto y destaca equitadora). Ella lo invitó a conocer la zona desde el aire y nunca más se separaron. Tuvieron tres hijos, dos mujeres (Walezka y Katia) y un hombre, Iván. Este último, falleció a los 25 años en un accidente aéreo ocurrido en Collipulli, límite sur de la Octava Región. Al igual que su padre, Iván Dobrew fue un gran amante de la aviación. Estuvo un año en la Fuerza Aérea, pero su espíritu libre no encajó con el sistema militar. A su corta edad tenía más de 2.600 horas de vuelo, pero el 5 de mayo de 1978 su viaje entre Santiago y Osorno en un aeroplano “Beechcraft Bonanza” al que le falló el motor, sería el último que realizaría. La nave se incendió en el aire cuando el piloto intentaba aterrizar en la carretera longitudinal, provocando su muerte instantánea. Siento que Dobri se quiebra al contarme este episodio. Que su mente regresa a aquel trágico momento en que debió ir al hospital a reconocer el cuerpo de su hijo. Incluso, pienso que –sin quererlo– lo veré llorar. Me cuenta que no era la primera vez que se enfrentaba a un momento así, pues perdió a varios compañeros, como uno de sus más cercanos en la escuela de vuelo de Kazalünk, pero que lógicamente, esa vez era diferente. Luego, lo veo alzar la vista hacia la fotografía del joven veinteañero que posa frente a un planeador. Es él: Iván. La imagen tiene un efecto sanador, pues nuevamente Dobrew esboza una sonrisa: “Me ha costado mucho superarlo. Pero él está mucho mejor en el cielo que en este mundo”, concluye.
A pesar del fatídico momento que la actividad aérea le había deparado, el arraigo de este piloto por la aviación no mermó. “Seguí volando y lo seguiré haciendo hasta que me den licencia”, confiesa.Para sellar el momento, mi entrevistado nuevamente se para de su sillón, busca en los cajones y esta vez saca un cuadro con una reflexión: Me pide que dirija la vista a éste: “Qué hermoso es existir, que dulce es estar en este mundo y amar la vida””, se lee. Palabras que lo identifican plenamente, sobre todo cuando él se encarga de agregarle –entusiasmado- una última línea: “Y volar”.
SIN MIEDO
¿Cómo es posible que mientras pocas personas sean capaces de manejar a esa edad un automóvil, este osornino todavía pueda pilotear aviones?La respuesta no parece estar en recetas mágicas ni en frases cliché, sino simplemente en la forma en que se asume el paso de las décadas.
Para Dobri, sus 91 años son sólo una circunstancia, pues aunque ahora camina a paso más lento y sus oídos no funcionan con la potencia de antes, en el fondo es el mismo tipo activo e inquieto de antaño. El mismo que no tiene miedo a seguir subiéndose a un Cessna, aunque –claro- tiene una poderosa razón para acompañarse de un amigo (Rudy Larson) en los viajes más largos. “No lo hago por temor a morir, porque si así fuera, moriría en mi ley. El problema es que el accidente de una de estas máquinas sería una pérdida económica demasiado grande para el club y no quiero que eso ocurra”.
Su larga trayectoria formando a nuevos pilotos en Chile, le valió el reconocimiento de la Federación Aérea Internacional, que le entregó el diploma Paul Tissandier, precisamente en su Bulgaria natal.También fue nombrado Hijo Ilustre de Osorno en agradecimiento a su labor como bombero, rotario, dirigente deportivo y un largo etcétera.Pero él, sigue siendo el mismo tipo sencillo que disfruta de las cosas simples, como aquellos imperdibles encuentros para jugar “cacho” con sus amigos en un club de su ciudad. Un compromiso al que asiste religiosamente cada sábado y que disfruta al máximo. Tanto, como cada cosa que hace en la vida.
HEROE EN LONDRES
Una anécdota ocurrida durante un viaje que realizó a Europa junto a su esposa y tres hijos, en 1968, refleja con claridad el espíritu de servicio de este hombre. Estando de visita en Londres, Inglaterra, se alojaron en un hotel donde la madrugada del 2 de agosto, se desencadenó un incendio de grandes proporciones.Las llamas que se focalizaban en el tercer piso, amenazaban con extenderse hacia los niveles superiores del edificio de seis pisos, por lo que después de ayudar a evacuar a los huéspedes y motivado por su experiencia de bombero en Chile, Dobrew se quedó para combatir solo el fuego. Rompió el vidrio donde se encontraban las mangueras de emergencia y empezó a lanzar el chorro de agua al foco del siniestro. En esa labor, permaneció durante unos 10 minutos, hasta que llegaron los servicios de emergencia y lo hicieron bajar al primer piso. Al ser evacuado, estaba todavía en pijama, sangraba profusamente de su mano, que se hirió con el vidrio que rompió al sacar la manguera y llevaba un pañuelo sobre su boca y nariz, para aminorar la inhalación del humo. Al salir del hotel, periodistas y reporteros gráficos de los principales medios de Londres ya habían llegado al lugar de la emergencia. Dos de ellos, recogieron la historia de Dobrew y el Times, el más importante de la capital inglesa, tituló al día siguiente: “Chilean fireman was a hero”.

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