jueves, 7 de diciembre de 2006



Después de haber estado en el ojo del huracán, por los casos de las Licencias Médicas y Spiniak, la doctora había asegurado a los cuatro vientos que no daría más entrevistas.
Sin embargo, aceptó ser entrevistada por un medio de su región (La Revista Enfoque) para hablar de su infancia y su cariño por Puerto Montt. Claro que -sin querer, queriendo- al final terminamos conversando de lo que, según había asegurado, no iba a hablar por nada del mundo.
El texto fue publicado en enero de 2005 por Revista Enfoque.
Cordero tipo salmón
Desde su niñez en Puerto Montt, hasta sus agitados días como psiquiatra y personaje mediático por excelencia. Del episodio de las licencias médicas, a su relación con el bullado caso Spiniak y su opción por Lavín. De todo eso hablamos con la doctora Maria Luisa Cordero.
¿Niñas, alguna de ustedes conoce a este caballero?
-Yo. Es el intendente de la provincia de Llanquihue, se llama Fulano de Tal (el nombre ha sido omitido deliberadamente) y mi papá dice que le gusta mucho el vino, porque tiene la nariz colorada.
La pequeña María Luisa siempre se sintió diferente. A los 10 años, ya sumaba en su historial varios “numéritos” como el descrito, que ocurrió durante una visita de la máxima autoridad provincial de la época a la Escuela 1 de Puerto Mont, con el que hizo pasar un gran bochorno a su directora y, por supuesto, al propio aludido, a quien prefiere no identificar “porque tiene muchos parientes que aún viven en esta zona”.
Hoy, varias décadas más tarde, la misma niña de la inocente respuesta, se ha convertido en uno de los personajes públicos más polémicos del país. María Luisa Cordero Velásquez la conocidísima doctora Cordero cuenta cómo fueron sus primeros años en el sur del país e intenta una explicación científica para su particular personalidad. Y a pesar de la advertencia previa (“si me vas a preguntar de la Gema Bueno, Novoa y las licencias médicas, no voy a hablar”), durante nuestro encuentro analiza cada uno de los episodios que han puesto en tela de juicio su imagen pública y que la tienen en el ojo del huracán.
CORDERO DE DIOS
Una vez al mes, la psiquiatra María Luisa Cordero 61 años, separada, dos hijos se traslada a Puerto Montt (donde nació el 23 de enero de 1943), para atender durante el fin de semana en el Hospital de la Seguridad y en su departamento de las Terrazas de Angelmó. Es ahí también donde nos recibe a las 9.30 horas del último domingo de abril, luego de acceder a una entrevista con Revista Enfoque. “Será la última que daré en mucho tiempo”, afirma al término de la cita, pocos minutos antes de las 11 de la mañana, cuando se dirige a la Iglesia del Colegio San Javier, donde asiste a Misa, “en recuerdo de mis padres y de algunos pacientes que han fallecido en el último tiempo”, cuenta.
Me imagino que hay una razón especial y de fondo en esto de venir tan seguido a Puerto Montt.
–Siento que venir al lugar donde nací, me reenergiza. Así como algunos van al Valle del Elqui, yo vengo a Puerto Montt. De alguna manera también me reconcilio con la calidad de vida, con la tranquilidad. La vida en Santiago es realmente un tráfago, pero aquí uno tiene tiempo de trabajar, salir, dormir siesta. Por eso cuando llegue la hora de mi más profundo atardecer, me gustaría venirme a Puerto Montt.
Lo siente también como un refugio frente a su agitada vida profesional y sobre todo pública?
–O sea, ¿me preguntas si yo me vengo a esconder?
Mmmhh, sí...
–No necesariamente, pero me sirve para no estar tan asomada. Es que de repente siento que en Santiago me van a gastar mi apellido, pero acá como que recupero el apellido Cordero. Además, la gente del sur posee una extraña mezcla entre apatía, indiferencia y tolerancia, que es muy sana, a diferencia de Santiago, donde estás permanentemente expuesto a que te saluden y te pregunten, ¿cómo va lo suyo con Chilevisión? O si voy a dar una conferencia a San Felipe, me sale una alumna de una universidad enfrentándome al tema de la Gema Bueno. Y acá en Puerto Montt nadie me pregunta nada, a lo más me saludan. La gente es más respetuosa de que estés ahí y no se meten mucho contigo.
¿Y hay algún recuerdo que le haya quedado especialmente grabado de su niñez en el sur?
–Mira, yo no pertenezco al universo de las personas que creen que tienen recuerdos desde el útero; eso es biológica y neurofisiológicamente imposible. Me acuerdo desde los 6 años, cuando fui al kinder de la Escuela Número 1 y tuve que devolverme a mi casa, porque mi mamá todavía me daba de mamar, así que fue un kindergarten interrumpido. Después volví a Primero de Preparatoria, donde mi profesora fue una gran persona, porque se dio cuenta de mi problema. Yo era una niña ni siquiera disléxica, sino aléxica; no aprendí ni a leer ni a escribir. De hecho, había 59 alumnas y yo ocupé el puesto 59, porque como había nacido con asfixia, tenía problemas para descifrar las letras. Incluso pude haber caído en el horror de haber sido tomada como retardada mental, que era lo que se estilaba en ese tiempo, porque no se sabía nada de la inmadurez celebral, del déficit atencional. Pero eso no me ocurrió, porque mi profesora descubrió en mí una gran capacidad de observar el entorno y me dejó pasar a segundo de Preparatoria con la oposición de todas sus compañeras del Consejo de Profesoras, que decían que debía quedar repitiendo.
¿Y cómo es eso de que con la asfixia usted nació con el “filtro quemado” y que aquello explicaría su personalidad?
–Entiendo que eso te pueda sonar como una patraña. Bueno, algo de eso hay también, porque tú podrás decir que si la señora se da cuenta que tiene el filtro quemado, entonces que establezca mecanismos para filtrar con otros métodos. Lo que pasa es que cuando tú sufres asfixia neonatal, no todo es quedarte con parálisis cerebral; también puedes tener daños más selectivos. Y yo tengo aparentemente una dificultad de filtrar, eso me lo he autoestudiado, a partir de las características de mi conducta. Hay una estructura que se describe como una sustancia reticular ascendente, que es una especie de central de relevo, como la sala de operaciones de los vuelos de Tepual (el aeropuerto de Puerto Montt), o sea, controla lo que sale y no sale. Entonces, reconozco que en algunas ocasiones yo puedo ser pensamiento hablado. Pero también es un pretexto que tengo para poder ser distinta a mis compatriotas. Incluso puede ser una formación reactiva al hecho de tener el apellido Cordero. Los corderos son silenciosos, ese es el título de una película, andan en manada, son tímidos. Pero yo no tengo ninguna de esas características; soy un cordero atípico.
O sea que siempre fue así, parada de la hilacha...
–Sí. Siempre he sido autoafirmativa, asertiva, directa y como dice una poesía de un mexicano, no dejo que me impongan yugos. El hecho de estar enyesada (sufrió un accidente doméstico y lucía al momento de la entrevista un yeso en su brazo izquierdo) me ha significado un peso sicológico muy grande. Porque yo soy una persona muy activa y no solamente soy médico, sino también dueña de casa. Además, bordo, tejo, pinto y entonces el solo hecho de tener un yeso me ha significado una tremenda restricción.
CORDERO ¿DEGOLLADO?
Y estas características de su personalidad, ¿la han llevado a sentirse sola en algún momento?
–Fíjate que no, en absoluto. Sí tengo claro que cuando mi nombre aparece, se produce inquietud.
¿Cree que infunde miedo?
–No, no lo sé. Creo que esa es una pretensión muy grande. Además, no soy una mala persona, porque la gente que atraviesa mis aparentes púas, tiene la mejor opinión de mi.
¿Y no le inquieta la crítica de sus pares, por ejemplo de sus colegas médicos?
–¿Qué me critican?
Por ejemplo, su actuar en el caso de Gema Bueno. La acusan de haber transgredido el secreto profesional.
–Si tú quieres saber si yo transgredí el secreto profesional en ese caso, te digo que no lo hice en absoluto. En primer lugar, antes de ser doctora, soy persona y por tanto tengo una firme adhesión a la decencia y a la verdad. No me puedo dormir sabiendo que mi silencio está perjudicando a gente que no duerme. Por otra parte, a pesar de parecer tan anárquica en mi discurso, yo soy muy apegada a la Constitución y al bien común. Y si nos vamos al tema de la violación del secreto profesional, uno lo puede hacer por un bien superior. Eso yo lo he conversado con los curas de mi Iglesia; eso no es pecado. Además, el padre Jolo me pidió un informe de la Gema Bueno en julio del año 2000, en el que decía todo lo que le dije al senador Novoa: que ella tenía una personalidad histérica, que tenía un trastorno al lóbulo temporal dominante, descontrol de impulsos, que era manipuladora, teatrera y fría. Ese informe la Gema se lo robó al cura con su amante, ese tal Fernando, lo fotocopiaron y está hace tres meses en el archivo de La Tercera, entonces, ¿de qué secreto me hablan?
Lo que se cuestiona también es que en un primer momento –en una entrevista publicada en el periódico Plan B– usted avaló la credibilidad de Gema Bueno.
–Es que tú tienes que ponerte en el contexto de alguien que trata con los niños de la calle. Yo no sólo atiendo a los cabros del cura Jolo, también veo a los chicos de la fundación Paternitas, que son hijos de mujeres reos rematadas. Entonces, ellos a ti te crean un conflicto culposo. Te empiezan a contar cosas y tú comienzas a avergonzarte y a sentirte culpable de lo que ellos dicen haber vivido. Entonces, cuando la dueña de Plan B me llamó, cuestión que me la impuso el cura, traía una lista de preguntas y lo que yo dije fue simplemente ¿por qué no creerle a Gema?. Pero después de esa entrevista, empezaron a pasar muchas cosas, yo empecé a atar cabos y llegué a una conclusión feroz, que no te lo puedo decir. Eso sí que no te lo puedo decir. Pero a mí eso me acongojó muchísimo y dije: esto es una mentira, armada de pe a pa. Y empecé a tener insomnio; desde que volví de vacaciones no he dormido bien.
¿Y ahí tomó la decisión de reunirse con el senador Novoa?
–Ahí decidí ir a decirle a este gallo que por lo menos sepa que una doctora que ha estado tan cerca de ella (Gema Bueno), le diga que no es tan creíble. Y que el cura es siniestro, ese es el cuento.
Asume que dar la entrevista a Plan B en esos términos pudo ser un error, por cómo se interpretó.
–Es que esa entrevista fue dada en el contexto de decir un poco lo que el cura me tiró después, cuando me llamó para retarme. Era plantear, ¿por qué ser tan sectarios y clasistas como para no creerles a estos cabros?. Fue una cuestión que vino del útero de la doctora Cordero. En el fondo, yo sólo dije, ¿por qué no creerle? De todas maneras, después igual le dije a Novoa que a mí siempre me resultó incómodo pensar cómo era posible que él, siendo un hombre universitario, de una clase media decente...y él me completo la frase; “si pues, vaya a revolcarme y tener sexo en el Mapocho”. O sea, uno dice, si uno tiene una perversión, me la banco, o me voy a acostar con un cabro a Buenos Aires, me revuelco en otra parte. Lo mismo para Bombal o Avila, a uno no le entra en la cabeza que hayan hecho eso... Yo le dije a Novoa que iba a esa reunión para desahogarme. Y se lo dije también a los periodistas; y a una que me dijo: “usted doctora tiene con los pelos parados a sus colegas con lo que hizo, porque transgredió el Código de Etica” le respondí que muchas de esas personas que tienen los pelos parados, fuman marihuana con sus pacientes o se acuestan con ellos, Porque hay psiquiatras homosexuales que se aprovechan del pánico. Hay uno que atiende adolescentes y cuando puede se los pesca; es un pederasta y ha tenido juicios por eso. Y también hay pediatras que han sodomizado niñitas. Entonces, ¡que no me vengan con cosas!. Además, antes que ser médico, soy persona y si sé que hay una persona que la están acusando injustamente, no me puedo quedar callada.
Ya que estamos en el tema, ¿siente una animadversión especial en su contra del medio periodístico?
–Pienso que hay un juego muy perverso. Porque por una parte a los periodistas les encanta hacerme entrevistas, porque siempre sacan comentarios sabrosos, pero de alguna manera les empieza a actuar el inconsciente maligno, que me castiga, por estar tanto en los medios. Es una cuestión muy extraña, muy perversa, patológica, de la que no me siento responsable en lo absoluto. Porque si tú dices, “yo no quiero hacer declaraciones”; te ponen “la doctora Cordero no quiere hacer declaraciones, porque...”. Entonces, yo digo que antes que un periodista lo diga por mí, prefiero yo contestar.
Pero usted también ha lucrado en forma bastante clara con su presencia en los medios, especialmente la televisión...
–Naturalmente, porque te pregunto a ti ¿qué te pasa si te llaman y te dicen “venga a Vértigo” y te tienen 18 minutos adentro y pagan un millón de pesos. Yo para ganar eso, debo hacer dos o tres viajes a Puerto Montt. Entonces, es una tentación muy grande. Además, es una cuestión de tipo pragmático, porque me gustaría mucho tener una mejor situación económica, para ayudar a más gente. Voy a la televisión para solventar la Fundación Doctora Cordero. Y de paso, salir en la televisión es mucho mejor que estar en las Páginas Amarillas, porque la gente cuando te ve, pide hora a la semana siguiente.
Pero la televisión también puede en algunos casos jugarle muy en contra, como lo demuestra el episodio de las licencias médicas que Chilevisión grabó con cámaras ocultas.
–Pero no hay que ser ingenuo. Lo que me hizo Chilevisión es algo mucho más grave que pasarme la cuenta porque me fui del programa El Termómetro. Esta es una confabulación entre la Asociación de Isapres, el Colegio Médico, un cierto personaje del Gobierno y Chilevisión, que es un canal –entre paréntesis- y según dicen por ahí, de los negocios triangulados del Presidente de la República. Yo hoy me desperté pensando que ahora cuando se abra el sumario, voy a pedir que se cite a ciertas personas de otro canal que me dijeron “a nosotros nos vinieron a vender ese mismo programa, pero no lo aceptamos, porque era antiético”. Y el que ofrecía esto era una empresa de un periodista que había sido editor de Televisión Nacional. O sea, era un negocio, donde había muchos apellidos árabes. Lo segundo, es que a mí me metieron más tarde en esa trampa, después del 15 de julio del año pasado, cuando las cámaras fueron a parar al Colegio Médico para que diera su opinión. Entonces, el doctor Castro dijo “pongan a la doctora Cordero, que es muy buena para dar licencias”. Y eso es mentira, yo no estoy en el universo de los médicos que dan más licencias. Ayer en Puerto Montt vi 12 pacientes y di sólo dos licencias. No soy del grupo de colegas a los que les dicen los 12 apóstoles y que entregan entre tres mil y cuatro mil licencias anuales. Pero de eso nadie se acuerda. Además, el martes siguiente, durante la Cena de Pan y Vino en el Estadio Israelita, el vicepresidente de la República José Miguel Insulza dijo “cagó la Cordero”. ¿Tú crees que lo ocurrido era una cuestión territorial de Chilevisión?. Pregunta cómo estaban las encuestas del Presidente Lagos, cuando yo tenía el programa en la Radio El Conquistador; nunca subía de 40. Yo le daba como tarro, y eso que voté por él y estuve participando en un puerta a puerta en Temuco, en pleno verano antes de la Segunda Vuelta, cuando estaban con el poto a dos manos porque creían que iban a perder.
LA “VUELTA” DE CORDERO
¿Ha cambiado mucho su visión de Ricardo Lagos desde esa época en que lo apoyó directamente, a la actualidad?
–Muchísimo. Yo voté por inercia por Aylwin, porque me cargaba, voté por Frei por añoranzas románticas de haber pertenecido a la Patria Joven y tenía muchas esperanzas en Lagos, porque yo tengo un pensamiento político de centro, liberal. No me gustan las excesivas asimetrías sociales, lo encuentro peligroso, injusto, antiético y antiestético. No puede haber gente tan tan pobre y otra tan tan rica. Eso es una grosería. Entonces, yo en el programa hablaba descarnadamente y para colmo de males me mandaban mucha información... Sentí que eso de las cámaras de Televisión fue un asesinato de imagen y ellos no se esperaban que me levantara y siguiera revolviendo el gallinero.
O sea, que cree que el intento de asesinato de imagen al que alude no resultó, no se tradujo en un rechazo de la gente hacia usted.
–Muy por el contrario. Fíjate que antes a mí me saludaba un tipo de gente bien específico y nunca el populacho; ni los choferes de micro o los gallos que venden gas. Yo era una persona sin el arrastre que pudiera tener el Rumpy con el populacho. Pero el otro día estaba metida en un taco en Américo Vespucio, y tenía que llegar el Aeropuerto para tomar el avión justamente para Puerto Montt, y de repente veo que me gritan unos hombres desde un camión con acoplado. ¡Doctora! grande nuestra doctora chilena. Y yo les expliqué que estaba atrasada para tomar el avión y se atravesaron en la calle y me dejaron el paso libre. Entonces, siento que después de las cámaras, mucha gente leyó que la doctora Cordero se la juega por los pobres, los cansados, las víctimas de la economía social de mercado. A mí me renovó publicitariamente la imagen. Y lo que dijo el Kike (Morandé) fue genial: “a usted doctora, le hicieron una mariconada”.
¿Cree que eso es lo que piensa el chileno medio?
–Exactamente, es la sensación que a mí me quedó y lo siento. Lo demuestra el hecho que yo tengo mi consulta en el primer piso y la gente me pasa a saludar y dar un respaldo todos los días.
Con tanto apoyo popular, cobra fuerza entonces la posibilidad de iniciar una carrera política en Puerto Montt.
– (Sonríe) Eso fue una broma de hace tres veranos, cuando el pastor José Aburto me invitó a su programa y puso: "La doctora Cordero anunciará su candidatura a senadora por la Décima Región". Y hay gente que me pregunta acá cuándo voy a iniciar mi campaña
¿Segura que no hay nada de eso?
-Pero es imposible; si no puede salir un independiente. Claro, yo podría venir e inscribirme y hacer la del cura de Catapilco. También podría ser, para venir a ponerle pelos a la leche a Stange y a Páez, el muñeca de oro. A propósito, a mí me da mucha lata que haya aquí un senador que no tiene nada que ver con nosotros, que creo que no come milcaos porque le da gastritis o asco, y sin embargo, es senador por la zona.

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